Tribuna

Un artista gaditano

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onocí a Kiki cuando era MK80. No sé si alguien habrá recordado el detalle, porque, ejem, no me han mandado el catálogo, pero sí: compartió comienzos con otro chaval, retratando una de las algaradas de Matagorda. Se hizo su sitio pronto, y hoy, además de ser un personaje de cabalgata, que es lo más, cuenta con algunos que se atribuyen el mérito de haberle descubierto, o haberle enseñado, o prestado la primera cámara. Un maestro, pues. Su expo en la Diputación es no sólo el testimonio de su tiempo, de su ciudad, sino el espejo de su propia vida: la de un chaval del Cádiz profundo que a base de vocación, de talento, de constancia, ha conseguido un respeto general. Como profesional -porque además de su trabajo ha realizado numerosos proyectos con voluntad de trascender más allá del fotoperiodismo- y, lo que es más difícil, como persona. Artista en el más plural sentido de la palabra, todos queremos a Kiki, porque se lo ha ganado, y no por corporativismo, que es uno de los pocos males que, para bien o para mal, no afecta a la Prensa.