Con diez 'cánones' por banda
El canon digital prolongó durante la semana la picá esa que nos ha dado de hablar de lo monetario, de centrar el debate público y político en los impuestos, las pensiones, las tasas, los sueldos y los precios, como en los países desarrollados y serios. Antes, hace mucho, mucho, mucho tiempo, cuando éramos el tercer mundo, estábamos todo el día a vueltas con el modelo de estado, los territorios, las libertades y la crispación. Pero eso ya pasó, ahora somos ricos y tecnológicos.
Actualizado: GuardarSi la ciberpolémica ofrece alguna conclusión clara y rotunda es que, en este apartado, vivimos instalados en el mayor caos. Ni los autores, ni los comerciantes, ni las administraciones ni los consumidores se han adaptado todavía al apasionante y jeroglífico escenario que ha dejado la revolución tecnológica.
El terremoto de internet ha sido tal, que todavía estamos todos recogiendo cascotes, aturdidos, sin saber cómo reaccionar. Los más jóvenes y despiertos consumen ya la televisión a la carta (series en versión original, con o sin subtítulos, episodios atrasados, temporadas completas ) a través de la red o en DVD, sin soportar publicidad, sin cambios de programación y en el horario que a cada persona le venga en gana. Los demás, ni nos hemos enterado y seguimos hablando de audiencias, exceso de anuncios y mandos a distancia. La prensa está cerca de enfrentarse a lectores que la consumen más a través de pantallas que de papel. La literatura empieza a vivir transformaciones. Con la música, el vuelco ya es total. El soporte de uso mayoritario ya no es el disco (en ninguna de sus versiones) y ni siquiera se consumen los álbumes enteros.
Esa es la realidad, pero la duda es cómo hacerla compatible con la innegable necesidad de que el autor (de la serie, del programa, de la canción ) gane algo, consiga una mínima rentabilidad para sobrevivir, para seguir produciendo. Está claro que el canon digital es una solución fallida. Ya hemos descartado una opción. Algo es algo para empezar. La solución adoptada por el Gobierno es un auténtico churrete. Castiga a todos los compradores de móviles cuando sólo una pequeña parte los usará para oir música. Grava a los consumidores que se hacen con discos vírgenes, elementos informáticos o MP3 cuando esos aparatos, en muchos casos, estarán destinados a otros usos, simultáneos o exclusivos.
Es un castigo preventivo, es una cabronada, un error, un planteamiento injusto desde su origen que considera a todos los ciudadanos delincuentes menores o piratas hasta que se demuestre lo contrario (y aún así, no le devolverán a nadie la demasía en el precio). Es evidente que nadie sabe cómo ponerle el cibercascabel al tecnogato.
Eso sí, es necesario buscar y buscar, hablar, discutir y pensar hasta encontrar una fórmula, porque el otro extremo, el del simplismo capitalista («que cada cual pille lo que quiera»; «no se le pueden poner puertas al campo») sería la muerte de la música, el cine, la televisión y la literatura comerciales tal y como la conocemos hoy (con mil defectos pero muchas grandezas).
Hay que estar en guardia contra los totalitarios mercachifles, contra los analfabetos apóstoles del capitalismo salvaje (en dialecto gaditano se les puede llamar mercachuflas) que tratan de ridiculizar a los autores, a los compositores, guionistas y escritores, es decir, a todos los que dan a luz una idea (el único origen posible de los grandes negocios).
Cada vez que reaparece este debate, estos patanes tardan poco en poner el ejemplo de Ana Belén montada en un Audi, o de cualquier izquierdoso millonario, para llamarle buitre, gorrón o aprovechado. Esos yuppies de barriada dibujan rápidamente la caricatura del intelectual con pañuelo palestino que escribió una canción en 1979 y ya no ha vuelto a dar un palo al agua.
Tratan de tapar con eso un proceso creativo, pero también industrial, que ha producido millones de fortunas, de joyas para todos y de empleos durante décadas. Tratan de eludir una discusión complejísima, pero imprescindible, que desde luego no se puede arreglar a canonazos. Si alguno tiene dudas, que recuerde lo que ha sucedido con la huelga de guionistas en Estados Unidos: series de televisión, rodajes de cine, teatros y programas de entretenimiento paralizados porque los rojillos intelectuales que escriben decidieron parar.
Hasta las tarjetas de crédito y los cajeros automáticos nacieron de una idea. Las necesitan para funcionar. El que no las tenga, el que no sirva para otra cosa, que siga gestionando, porejito.