El evangelio de Cádiz, según Kiki
Joaquín Hernández, alias Kiki, es de esos gaditanos que han conocido la gloria en vida: en una cabalgata de carnaval, hubo un tipo que salió disfrazado de este fotógrafo de bolsillo, intrépido como pocos, con un ojo clínico para improvisar con la cámara de un periódico el fotomatón de nuestra historia colectiva.
Actualizado: GuardarHoy, en la Diputación de Cádiz, se inaugura su exposición 140 Fotos de Primera, en la que nos brinda, como hiciera con sus tipos de cuidado carnavalescos, un retrato robot de un Cádiz colectivo que lleva desde aquellos niños con churretes que habitaban todavía en septiembre de 1975 las chabolas del barrio del Balón, a la imagen espigada de El Junco sobre un azotea gaditana de 2007.
En ese contraluz gadita, su cámara viaja desde las rayas bengalíes del tigre Currupipi de Jesulín a las infatigables cachas de las mayorettes foráneas que anticiparon las libertades en plena era de la dictadura y de las fiestas típicas. El amor de Paquirri y La Pantoja convive con la alteza de Rocío Jurado y la humildad bohemia del maestro Escobar, sentado a un piano que probablemente no sea el mismo sobre el que Felipe Campuzano posa como un majo semivestido o semidesnudo.
En ese Cádiz gráfico del maestro Kiki dialogan los refugiados vietnamitas de La Línea con la soledad fúnebre del doctor Suar Muro, víctima del único atentado mortal del terrorismo que se produjo en la provincia gaditana: el entierro del GRAPO Martín Luna, en diciembre de 1982, sucede al de las Fiestas Típicas, a manos de La Guillotina en 1977. O, posteriormente, al de Camarón de la Isla, de quien Kiki ofrece dos instantáneas impresionantes. Una de ellas ha sido reproducida hasta la extenuación pero sin citar su procedencia. José deja ver su mano con las estrellas y la luna, en un receso durante una actuación en la peña Juanito Villar. En otra, Kiki juega con la efigie del cantaor y su propia imagen, en la trastienda del teatro de verano José María Pemán, como un inefable autorretrato.
El fotógrafo que hoy reparte su vida cotidiana entre la trimilenaria y la medina de Tetuán, en un caserón anejo a una de las mezquitas, ya había dejado buena muestra de su talento en el libro que dedicase a La Habana con el llorado Antonio Rivera como plumilla. Ahora no necesita palabras para describir con su poderosa intuición a una ciudad y a una provincia mixtificada, donde el humo de las revueltas de Astilleros se entremezcla con el de las bengalas del Carranza.
En esa república independiente de la memoria, el emperador Kiki le da el mismo rango al relevo entre Carlos Díaz y Teófila Martínez en la alcaldía de Cádiz que a la histórica jornada en la que Paco Leal proclamó el primer carnaval chiquito en marzo de 1987.
Cádiz nos mira, cómplice, desde los rostros de Fernando Quiñones y Carlos Edmundo de Ory. O, siniestro, desde la mirada patibularia del descuartizador Juan Martínez Montañés.
Este lugar, a lo largo de su historia, ha dado argumentos para el cielo y para el infierno. Y esta exposición demuestra que Joaquín Hernández Kiki, es uno de sus principales evangelistas.