SANTA CATALINA. La banda hizo las delicias del público en su último concierto al aire libre.
Cultura

Aires de Broadway para el Falla

La Sonora Big Band, una formación 'imposible' que lleva diez años regalando a Cádiz ritmos de jazz, swing y blues, celebra este noche su cumpleaños con un gran concierto

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Porque no sólo de cantaores de raza, comparsistas agudos, virtuosos de la guitarra y maestros del repique vive la música en Cádiz; porque queda un hueco para sonidos ajenos y se admite, aunque sea a regañadientes, que hay un duende extranjero, con sus ritmos universales y su genio innato; por todo ello y porque, en definitiva, el talento se mide por el brillo mágico de una partitura y la capacidad del intérprete para sacarle punta, y no por vagos criterios costumbristas, la Sonora Big Band ha cumplido diez años entre veladas, encuentros, pruebas, improvisaciones y estrenos. Una década de fascinación que les ha valido para instalarse en lo más profundo de la memoria musical de toda una generación y labrarse un sello propio, distintivo, en el panorama de la melomanía selectiva, ese club de elegidos en el que no se entra untando las radios con fina manteca discográfica, ni maquillando con toneladas de marketing las carencias armónicas del triunfito de turno.

Para celebrarlo, la Sonora programó un 2007 cargadito de muecas en el calendario, que se cerrará esta noche en el Falla con un «concierto muy especial, que guardará también alguna que otra sorpresa», explicaba ayer Faly Hermida, uno de los portavoces de la banda. «En esta década ha conseguido, de largo, alcanzar el objetivo, latente en sus inicios, de popularizar el jazz y sacarlo a la calle», apuntaba con un punto de disimulado orgullo.

La clave de la supervivencia, según sus promotores, está en «atreverse con todos los palos». Desde el jazz vocal, las bandas sonoras, el contemporáneo, latin jazz o sus originales interpretaciones del flamenco y de ciertos hitos históricos del Carnaval que «han conformado un repertorio amplio y al alcance de todos los públicos», asequible para neófitos y satisfactorio para oídos exigentes.

No hace mucho, en una de los ensayos preparativos de la cita, José Guillamó, partitura en mano, avisaba a los 20 habituales de la formación: «Cuidadito con la entrada y...» El charles marcaba la base del Dauphin Dance, se sumaban bajo y piano, subían los metales y el saxo alto apuntaba uno de esos solos floreados made in Sonora. Cortejosa hacía el diapasón con la puntera del pie y Lipi movía la cabeza a compás.

La tensión forma parte del ritual previo a las grandes fechas: nervios, prisas, correcciones de última hora, improvisaciones y algún reproche profesional que «se borran de un plumazo en cuanto nos subimos al escenario, la música fluye y sólo importa lo que somos capaces de sacarle a estos instrumentos», justificaba Guillamó. «Si no nos sintiéramos siempre así antes de una actuación es que algo estaría fallando», matiza Cortejosa.

Para Faly, «esta primera década también ha servido para inocular el virus de su pasión por el jazz a una nueva generación de jóvenes músicos que viene aportando aires nuevos a la banda, y le augura una larga vida a la formación».

Los inicios

En 1997, un «empeño de colegas», tomó forma en una de las propuestas más arriesgadas, interesantes y novedosas del panorama musical gaditano, que acabó trascendiendo lo local para convertirse en un referente nacional.

Manuel Perfumo y Guillamó experimentaban en quintetos y sextetos mientras soñaban con hacer en Cádiz «algo al uso de lo que lleva décadas institucionalizado en los Estados Unidos», donde la mayoría de los músicos cogen tablas en este tipo de formaciones, por las posibilidades de conjunción que permiten, y el juego que dan los arreglos. Fue difícil porque, aunque la provincia siempre ha sido un auténtico vivero de profesionales, el perfil era complejo y, de entrada, no había demasiado donde elegir. Arrancar les costó sudor y lágrimas, aunque les brindó, también, la satisfacción de escuchar, por primera vez, a 20 músicos de esta tierra llevar al directo piezas que, por más que formaran parte del patrimonio cultural norteamericano, aquí sonaban exóticas y singulares.

De hecho, Madrid y Barcelona siguen teniendo dificultades para aguantar años con una misma gran banda, así que se forman exclusivamente para los conciertos y se disuelven después, algo que «no respondía ni de lejos al espíritu de nuestra formación».

Entre los grandes momentos de la banda, la grabación de su mítico directo en el Falla, donde aparcaron circunstancialmente el repertorio estándar para dar a luz uno original, arreglado por ellos mismos. Una auténtica explosión creativa que marcó un antes y un después en su trayectoria, y al que todavía acuden en busca de consuelo cuando el ánimo flaquea. Saben lo que es hacer rondas por pueblos y encontrarse «a más gente sobre el escenario que en el público», asombrados por el despliegue de la banda, mientras los carteles promocionales aguardaban, todavía, en el camerino. También conocen la dura sensación de «machacarnos en un trayecto de autobús, para ir a tocar a una boda o un congreso en la que el público no nos hacía ni maldito el caso», admite Guillamó. «Pero es una cuestión de supervivencia, no podemos ponernos sibaritas en ese aspecto», recalca Cortejosa.

Guillamó, por su parte, no quiso dejar pasar la oportunidad de agradecer «a todos los que nos han seguido, su fidelidad durante estos años; y, a los grandes músicos que nos han acompañado y a la ciudad de Cádiz, por su vocación atlántica y su espíritu libre». dperez@lavozdigital.es