El valor de no hacer nada
Como a ustedes les encanta leer el periódico los domingos frente al café (a mí también, lo confieso), a los que los escribimos nos toca trabajar mientras otros se divierten. Por eso, disfrutamos de algún díilla entre semana. Como el resto de los mortales los lunes o los jueves están en el curro, hasta hace poco esas solitarias jornadas de descanso las he dedicado a ir de trapitos, montar en bici, visitar familiares o comprar en el súper, cualquier cosa con tal de aprovechar las horas en alguna actividad.
Actualizado: GuardarLa llegada del invierno así, tan de golpe como ha aparecido este año, me ha recluido más horas en casa, no por el frío sino porque anochece enseguida y he vuelto a apreciar el valor de no hacer nada. Me levanto, pongo música a todo volumen, me tumbo en el sofá, leo los suplementos de los periódicos, almuerzo tranquilamente, duermo la siesta sin tener que poner la alarma, meriendo mis acostumbrados polvorones con un té y vuelvo a poner música, a trastear entre mis libros, a rastrear rarezas en el Emule o simplemente a mirar por la ventana cómo llueve y la gente se hace un lío con el paraguas, el bolso, los niños y las llaves del coche.
Al día siguiente, muy de mañana y con buena cara, llego a la redacción y me dicen mis compañeros: «¿Qué tal ayer?» Y yo contesto: «Vengo renovada y con fuerzas. He hecho todo lo que tenía que hacer». Y me quedo tan ancha porque si hay algo importante en esta vida apresurada es saber pasar tiempo con uno mismo, sentir que algo caliente fluye bajo la piel y, como dice Antonio Machado, busca a tu complementario que marcha siempre contigo, y suele ser tu contrario.