Fatalidades
Actualizado: Guardarl partido que el Cádiz jugó en el Molinón constituye la demostración irrefutable de que, no sólo el azar, sino también la fatalidad son factores imprevisibles e incontrolables que, en muchas ocasiones, determinan los resultados finales de una temporada. En el fútbol -igual que en la vida- hemos de contar con los accidentes meteorológicos, la mala suerte, los errores del colegiado y las lesiones que trastornan los planes e impiden llevar a la práctica los minuciosos planteamientos tácticos elaborados durante la semana. Hemos de reconocer, además, que las consecuencias son más graves cuando el equipo, por múltiples razones deportivas y extradeportivas, está en una situación delicada. No es lo mismo que se falle un penalti, anulen un gol o expulsen a un jugador cuando el equipo está a la cabeza de la clasificación, que cuando está situado al borde del descenso. La reacción anímica que dichos reveses provoca en los que se sienten fuertes es inferior y menos grave que la que sufren los que son conscientes de su debilidad. En mi opinión, ésta puede ser, en la actualidad, una consecuencia más peligrosa que la pérdida de los tres puntos y que las sanciones de los jugadores expulsados. Es comprensible -y a lo mejor inevitable- que, para desahogarnos, nos indignemos, nos lamentemos y dirijamos nuestros reproches contra el árbitro, pero, a condición, de que evitemos en lo posible, que se debiliten las energías físicas y anímicas necesarias para proseguir la marcha. En el juego, por muy limpio que sea -igual que en los combates, aunque sean leales- proporcionar síntomas de debilidad es regalar bazas al adversario. Si, a la hora del balance final, hemos de recordar estos datos negativos, ahora lo mejor es repasar, con serenidad y realismo, los innegables progresos que el equipo evidenció cuando aún estaba entero. Hemos de pensar, además, que esa cuota de fatalidad, de infortunio o de mala suerte, ya la hemos pagado con creces.