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Un tipo libre
Gustaba mucho de Fernán-Gómez que fuera un hijo libre de las tablas y la tournée, un niño amamantado con la astracanada o la tragicomedia y no con la amargura enfrentada de las dos Españas. Un tipo libre, sin checas decoradas con hoces y martillos y sin el aspaviento del puño cerrado en la guerra, pero también un tipo libre sin la camisa azul del régimen franquista y el yugo y las flechas o sin el brazo en alto en los tiempos del sindicato vertical. Tan libre, sí, como para pasar con su acidez de mala leche y su dignidad intacta de la broma al drama, de la dictadura a la democracia y de la ternura y el humor negro de Fernández Flórez, al expresionismo de Neville o al surrealismo medio ramoniano de Jardiel.
Actualizado: GuardarTronante y tragicómico, porque Fernán-Gómez era como el Capitán Contreras o como el Capitán Tormenta de nuestra posmodernidad, tal vez fuera su sentido de la libertad suprema el que le empujó con ingenio y talento a mil artes y disciplinas, a muchos géneros y estilos, a cientos de pasiones y amores, al teatro de Ibsen y al de Calderón o a las páginas de los periódicos de Ansón o Cebrián.
Tan insólito en su libérrima españolidad como en su físico desgarbado, pecoso y pelirrojo, es seguro que Fernando Fernán-Gómez subirá a los altares de la memoria y del imaginario popular bien como genial reencarnación de cualquiera de sus caracteres teatrales o cinematográficos, o bien como el autor libre y desinhibido de un trueno jupiterino, perfectamente capaz de mandarnos en cualquier momento a todos y a todo a la mismísima mierda.