Diálogo sin peajes
La crisis diplomática abierta por Marruecos en torno a la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla, que concluyó ayer en esta segunda ciudad autónoma en medio de nuevas expresiones de caluroso apoyo popular, obliga a reflexionar sobre el presente y el futuro de la relación hispano-marroquí. La acción exterior respecto al país alauí constituye una de las más trascendentales y delicadas que afronta nuestro país en el ámbito bilateral. Es evidente que el rey Mohamed VI ha instrumentalizado la visita real para azuzar el nacionalismo marroquí y tensar los lazos institucionales a ambos lados del Estrecho, utilizando en el empeño comparaciones extravagantes con Israel y Palestina y peticiones internacionales de «descolonización». Una pretensión que anoche se vio refrendada por el calculado mensaje que dirigió a sus conciudadanos, en el que al tiempo que expresaba su «condena» por el «lamentable» viaje de Don Juan Carlos y Doña Sofía, apelaba a la responsabilidad española para asumir «las consecuencias» de un gesto interpretado interesadamente como un agravio insoportable.
Actualizado: GuardarLas palabras del rey alauí dejan entrever que «esas consecuencias» responderían a su pretensión de convertir esta crisis en motivo para reforzar su posición ante las negociaciones sobre el futuro del Sahara Occidental. En este asunto, el Gobierno de Madrid ha retornado a las posiciones de neutralidad activa, apelando a la mediación de Naciones Unidas y a la legalidad internacional para resolver el contencioso a partir de un acuerdo asumido por las partes enfrentadas. Esta actitud, que se ajusta a la estrategia de anteriores ejecutivos, no debería ser modificada por el presidente Rodríguez Zapatero por más que el Gobierno marroquí parezca decidido a incrementar la tensión en torno a Ceuta y Melilla. El Ejecutivo español sostiene, con razón, que es preciso tejer con Marruecos una red de intereses comunes que limite el alcance de los periódicos conflictos y procure su inmediata resolución. Sin embargo, este deseable pragmatismo debería ir acompañado de una política firme tanto en defensa de los intereses españoles, como en apoyo al proceso de democratización del país alauí y a su avance económico y social. Únicamente bajo esas premisas la relación bilateral entre España y Marruecos podrá fortalecerse y mantenerse al abrigo de las cambiantes coyunturas políticas. El hecho de que buena parte del componente económico de esta relación implique a las instituciones de la UE facilita ese objetivo, que requiere, en cualquier caso, la asunción por parte de Rabat de los límites a los que se enfrenta su estrategia y su compromiso con una normalización firme del diálogo, nunca fácil pero imprescindible, a través del Estrecho.