TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

A un cuarto de siglo del cambio

El día 28 de octubre de 1982, también cambió la provincia de Cádiz. Cuando el PSOE arrasó en las elecciones generales de aquel año, desbancando a la UCD, esta circunscripción ya era uno de los principales graneros de votos socialistas. Salvo en Cádiz, donde la UCD había ganado las elecciones de 1979 aunque no llegara a ocupar la alcaldía, los centristas sólo mantenían feudos propios en localidades como Vejer y Tarifa, entre otras.

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Los socialistas prometían el cambio: «Ahora, venimos por la calderilla», bromearía la oposición a su costa, en las elecciones siguientes, que volvieron a ganar incluso con el referéndum de la OTAN de por medio. Pero hace 25 años, no sólo hubo elecciones en octubre: las hubo en mayo, las primeras autonómicas, que llevaron a consolidar a Rafael Escuredo como presidente de la Junta de Andalucía, cargo del que dimitió al año siguiente aunque los motivos concretos que le llevaron a dicha decisión siguen siendo unos ilustres desconocidos. Durante aquella campaña autonómica, Leopoldo Calvo Sotelo, a la sazón presidente español tras la dimisión de Adolfo Suárez, se pateó la provincia y, frente a Gibraltar, proclamaría: «Gibraltar y las Malvinas son conflictos distintos y distantes». Hace un par de años, se supo que su avión privado evacuó a Madrid durante aquella jornada a un comando argentino que había sido detenido cuando pretendía sabotear a la Royal Navy surta en el puerto de la Roca.

«A España no la va a conocer ni la madre que la parió», pregonaría Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno de Felipe González, quien terminaría siendo hijo adoptivo de Castellar de la Frontera y vecino ocasional de la capital gaditana, una demarcación electoral por la que su esposa, Carmen Romero, ejercería como diputada cunera.

En 1982, los rostros del poder cambiaron en Cádiz, ma non troppo porque parte de los socialdemócratas ucedistas, con Carmen Pinedo al frente, ya habían cambiado de siglas en plena debacle centrista. A los nuevos gobiernos, iban llegando los socialistas gaditanos que habían heredado el espíritu de Suresnes y habían reorganizado al partido, a escala provincial, durante los diez años anteriores. Salvo por algunas ausencias -entre las que se cuenta la del llorado Alfonso Perales, hombre clave de aquel proceso, o la de Ramón Vargas Machuca, más o menos voluntariamente alejado de la política orgánica-, estamos hablando de Manuel Chaves, de Luis Pizarro, de Rafael Román, de Francisco González Cabañas -que desde la clandestinidad militaba en las filas del PSOE aunque no figurase en las casillas de salida de la primera transición-: «Estoy muy ilusionado con seguir votándoles, porque son ellos a quienes quería votar y no podía hacerlo cuando era un niño-, les dijo hace poco con sobrada sorna gaditana un treintañero que sigue siendo uno de los más activos afiliados a las Juventudes Socialistas de la provincia.

Esa es una buena pregunta, veinticinco años después de aquella legendaria victoria socialista: ¿cuando hablaban de renovación sólo se referían al recambio de los guerristas por los borbollistas, veinte años atrás? El actual consejo de ancianos del PSOE, ¿no encuentra jóvenes en los que reencarnarse o cree que la mejor renovación siguen siendo ellos mismos? Ni siquiera la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general del PSOE logró que el cambio generacional llegara a los fabricantes del cambio político en esta provincia. Aunque el diputado campogibraltareño Salvador de la Encina y algunos otros apoyaron desde la primera hora a ZP; en el congreso en el que resultó electo, los compromisarios gaditanos llevaban el mandato de votar a Rosa Díez, actualmente en otro partido que quiere ser transversal y que no ha querido aliarse con Ciudadanos porque estos se definen como de centro-izquierda. Finalmente, apoyaron al nuevo secretario general en aquel pulso que permitió que el actual presidente del gobierno alcanzara la primatía de su partido por seis votos de diferencia respecto a José Bono.

A lo largo de 25 años, aunque Cádiz se haya mantenido casi todos los años como farolillo rojo del paro andaluz, la provincia ha cambiado y, en gran medida, ha sido gracias a la gestión de los socialistas, principalmente a bordo de la Junta de Andalucía y ocasionalmente por las mercedes presupuestarias de La Moncloa: en gran medida, a lo largo de toda esta etapa, los socialistas gaditanos se dedicaron a la noble actividad de ponerle paños calientes a una larga serie de crisis económicas, cuya responsabilidad les excede en el tiempo y en el espacio: la caída del sector naval, la situación agropecuaria y del sector pesquero y de las conserveras, podrían haber convertido a este olvidado confín del imperio en un polvorín a punto de la revolución o del crimen organizado. Vale que quizá tuvieron que valerse de parcheos, subvenciones, subsidios y reconversiones, pero a lo largo de este tiempo empezó a circular dinero más allá de la economía sumergida. En la foto fija de esa secuencia histórica, sobrevienen imágenes como la expropiación de Rumasa, el despegue industrial y portuario de la Bahía de Algeciras, la transformación en positivo de buena parte de nuestras ciudades, empezando por Jerez donde ya no vale aquella ecuación de "o Domecq o caballo", el sector turístico como mascarón de proa de una provincia en la que el ladrillo también ha dejado un siniestro rastro de pelotazos, corrupciones y asustaviejas, algo que por cierto ya se ha visto que no es competencia exclusiva del partido del puño y de la rosa.

En el claroscuro de la memoria y a pesar de sus sombras y nubarrones, que haberlos haylos, estoy convencido de que el saldo de la cuenta corriente sentimental de los socialistas gaditanos no es precisamente rojo. Sin embargo, a un cuarto de siglo del cambio, a muchos nos ha salta la duda: ¿terminarán mudando la Casa del Pueblo al hogar del pensionista?