Malestar general
La vieja Residencia, el Puerta del Mar, o «del Mal», como decía Pepe Monforte que le llamaba la gente, se rompe por sus costuras mientras espera su RIP, tan anunciado como, intuimos, aún lejano, dada la complejidad de la operación urbanística, del propio plan funcional que se llama y del retraso habido en los plazos, a pesar de que el presidente Chaves anunciara, en LA VOZ precisamente, el viernes, que la primera piedra se pondrá el año que viene.
Actualizado: GuardarEsperan tiempos complicados para la asistencia sanitaria gaditana, entre que se construye el nuevo centro hospitalario y se desaloja éste. No es una cuestión menor, porque si hay algo que a la gente le importa, y no se puede decir que sea por capricho, es la salud, la propia y la de los suyos. Garantizar la calidad de la asistencia y la confianza de los ciudadanos en su sistema sanitario público es fundamental, y no sólo para ganar elecciones, también para lo que se llama estado del bienestar, para constituir «indicadores de felicidad» consistentes. Ya se sabe que éste, el capítulo sanitario, es uno de los esenciales para el Indice de Felicidad Interna Bruta, ese original ránking que encabeza el pequeño reino de Bután y que no tiene que ver con los sueldos, el empleo o la renta per cápita, sino con la salud, la educación o la vida familiar.
Lo malo no es que vengan tiempos difíciles por las mudanzas, las obras o los traslados, que es algo inevitable, comprensible y sobre todo pasajero, lo malo es el estado de desmoralización que se ha instalado en buena parte de los profesionales sanitarios en general, y en los médicos en particular, ante la situación de recorte extremado de gastos que se ha impuesto en el Servicio Andaluz de Salud y que el Hospital de Cádiz sufre en sus carnes desde hace tiempo, pero cada vez con más crudeza.
He vuelto al Puerta del Mar estos días, por razones personales, y no me abandona la sensación de decadencia y el sentimiento de pesar por ver en qué estado de ánimo han de afrontar su trabajo, un trabajo tan crucial en muchos momentos, tantos profesionales realmente volcados y vocacionales de la Medicina pública, alarmados por lo que consideran una quiebra en el que hasta ahora está reputado como uno de los mejores sistemas sanitarios públicos del mundo.
Asuntos tan peregrinos e inexplicables como mandar a un paciente a comprar un medicamento a la farmacia, la supresión de camas, de controles, de guardias presenciales; la extremada precariedad en el empleo, la saturación de las urgencias y de las consultas, cuando no la inseguridad y hasta las agresiones no hacen sino minar la moral de un colectivo que se siente ahora mismo especialmente maltratado y poco considerado y que, además, está casi en vías de extinción: muchos se están yendo al extranjero en busca de sueldos más dignos, contratos más estables, más respeto, y el PP y el PSOE se culpan mutuamente de no haber emprendido un programa de formación que previera esta situación. A la marcha de los licenciados se unen las jubilaciones forzosas a los 65 años, que ya ha dejado sin grandes profesionales, incluso sin los mejores, a algunos servicios y que, como continuará avanzando, pronto va a dejar otros en cuadro. Un recurso de médicos catalanes está pendiente de resolución por el Tribunal Superior de Justicia, pero en Andalucía parece que la norma es inamovible.
No creo que se quejen de vicio, ni por razones políticas o personales, sino por propio pundonor, responsabilidad y pasión por sus enfermos. Su colegio profesional ha dado la voz de alarma. Habría que pensar en hacerles caso. En algún momento estaremos en sus manos y sabremos lo importante que son.
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