BOLIVIA. Vallegrande, municipio en el que murió el Che, acoge diferentes actos de homenaje. / EFE
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Los tres legados del Che

El guerrillero, el hombre solidario y el icono global son las tres caras de Ernesto Guevara que alimentan aún el mito cuarenta años después de su muerte

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El Che lleva cuatro décadas removiéndose en su tumba ante la aparición de su retrato en desfiles de moda cubriendo los cuerpos anoréxicos de niñas con ojeras. La imagen del guerrillero argentino-cubano ha trascendido cualquier poso ideológico y se ha convertido en una marca, en un icono global al servicio de todo aquello contra lo que él luchó. También en un referente, más estético que filosófico, para millones de jóvenes y nostálgicos a lo largo y ancho del planeta.

Ése es el primer legado involuntario y contradictorio de Ernesto Guevara. Hoy se cumplen cuarenta años de su asesinato en Bolivia, adonde había llegado a finales de los años sesenta para extender la revolución socialista que ya había triunfado en Cuba, un logro del que él fue en buena parte responsable. Tras el ascenso al poder del incombustible Fidel Castro, el Che fue nombrado presidente del Banco Nacional y más tarde ministro de Industrias en el nuevo Estado socialista caribeño. Pero ni los asientos blandos ni los papeles perfumados estaban hechos para él, así que regresó al barro y a la lucha.

Esa actitud representa bien uno de los puntales de su filosofía: el convencimiento de que la lucha armada tenía un papel fundamental a la hora de acabar con el imperialismo. Desde su perspectiva, si en un Estado existían condiciones objetivas para llevar a cabo una revolución, el surgimiento de un grupo guerrillero acabaría encendiendo la mecha para un levantamiento general de la población contra el poder establecido. Con ese convencimiento, y para extender el socialismo por los diferentes continentes, luchó en Congo y en Bolivia, donde encontró la muerte.

La defensa de la vía violenta para alcanzar una sociedad más justa -vinculada más a los campesinos que a la clase obrera industrial- es la segunda pata de su legado, esta vez legítimo, y quizás la que peor ha soportado el paso del tiempo tras haber cambiado de manera radical el momento histórico. Los países que ahora caminan hacia el socialismo en Latinoamérica con más o menos aspavientos, como Venezuela, Bolivia o Brasil, han visto como los dirigentes llegaban al poder aupados por las urnas y no por la lucha armada. Y, por otra parte, su llamada a la acción violenta ha sido escuchada, y aún es esgrimida, por grupos que han degenerado en vulgares bandas terroristas como las FARC colombianas.

Herencia filosófica

Sin embargo, la herencia filosófica del Che que está plenamente vigente en el mundo de las ideas, aunque en desuso en la vida real, es el papel que otorgaba a la ética individual. Hablaba del hombre nuevo socialista, movido por la solidaridad y por el esfuerzo por lograr el bien común sin estímulos materiales. En ese planteamiento ocupaba un lugar prioritario el trabajo voluntario, la colaboración del individuo en beneficio de la comunidad.

En definitiva, la figura de Ernesto Che Guevara reúne todos los ingredientes para que, cuando se cumplen los cuarenta años de su muerte, el mito se mantenga más vivo que nunca: su imagen siempre joven y rebelde sigue vendiendo, su vida de guerrillero peligroso e idealista hace soñar con revoluciones románticas e imposibles, y su solidaridad y coherencia individual sigue siendo un ejemplo. A ello ayuda la fotografía casi mística de Alberto Korda tomada en 1960, ésa que llega a la mente de cualquiera cuando se habla del Che.

Como siempre que ocurre algo así, es fina la línea que separa la admiración de la obsesión enfermiza. Esa línea se cruza estos días en la localidad boliviana de Vallegrande, donde fue asesinado.

Allí se venden frascos con tierra que, aseguran, pisó el Che durante su marcha guerrillera de 1966 y 1967. La veneración por el revolucionario es tal que incluso se ponen velas a la almita del Che para pedirle favores. Porque hay un culto religioso a su figura instaurado por la vecina Dora Cárdenas. Pero, ante toda esta farsa, el espíritu del mártir se reveló y reprendió a su sacerdotisa. «Dora, cállate, no hables más», dice ella que le pidió. «Lo dijo por el negocio que se está haciendo con su vida». Y con su muerte.