Resistencia
Siempre me ha molestado muchísimo esa frase hecha de nuestro oficio que dice que «las buenas noticias no son noticia», o sea «good news, no news», que queda muy chic. Me desagrada todavía más que la de «perro no come perro», que revela un gran corporativismo pero tiene un punto de crudeza que no dejo de reconocer. En cambio me parece soberbia una que leí hace mucho, atribuída a Bernard Shaw: «El periodismo no distingue entre un accidente de bicicleta y el colapso de la civilización», y la traigo aquí para demostrar que no es que sea yo complaciente con mi gremio.
Actualizado: GuardarAunque pueda considerarse tirar piedras contra el propio tejado, es preciso que la crítica comience por uno mismo y partamos de saber qué podemos esperar de los medios y qué no (Pedro Salinas, por siempre: «Yo no puedo darte más/no soy más que lo que soy»). Así que, digo, me niego a aceptar que sólo sean noticias las malas noticias. Tan perverso es recrearse en la autocomplacencia, el «tipismo», el chovinismo, como refocilarse en el pesimismo, en la desesperanza, los malos indicadores, las dificultades que plantea el futuro. Son los mejores argumentos para inhibirse, para no actuar, para dejar las cosas en manos de otros.
Lo malo es que muchos siguen esperando del periodismo, como de la vida en general, que les amargue el desayuno, y el día, y si no es así alguna vez, que tampoco hay que pasarse, porque las buenas noticias no son tantas, reaccionan no ya con extrañeza, sino con ira, y comienzan a ver connivencias con el poder, sea el que sea. Creo recordar que hubo una iniciativa de hacer un diario sólo con buenas noticias y fracasó.
Quienes así se sienten no tienen, en todo caso, mucho por lo que preocuparse: la realidad es tozuda y deja escaso margen para la esperanza. Por eso mantenerla es un acto de resistencia cívica, de valor, hasta de supervivencia. Y de inteligencia.
Cito mucho a una amiga -y cito tanto porque tengo pocas ideas propias, quizá, o porque algo me impide atribuirme lo que no es mío, o porque soy agradecida y me funciona aún bastante bien la memoria-, que decía que «el trabajo siempre es trabajo, tú lo haces diferente». Eso se puede extrapolar a la vida, a la actitud personal frente a cuanto acontece. Así, el inolvidable Mariano Peñalver, en la última entrevista que le hice: «Como no es seguro que ocurra lo peor, lo mejor es posible». Pensamiento, lógica, humor para combatir el fatalismo.
Los pesimistas tiran la toalla. Sin embargo es preciso hacer un acto de fe en la vida y su capacidad de regenerar y vencer los obstáculos, y en la propia condición humana que, lo sabemos, puede llegar también a ser sublime y no sólo miserable.
Sin embargo, parece que está socialmente mal visto ser optimista, estar contentos, reconocer lo que está bien, incluso los aciertos de los otros, sin ser tachados de partidistas o de bobos. Hay que creer que el mundo se acaba, que triunfa el demonio, que vamos al desastre de cabeza, para ser considerados listos e informados. Si llega un gran contrato a Dragados, si hay más trabajo que nunca en los astilleros, si la inversión en los Presupuestos sube, si un grupo de emprendedores se abre un hueco en I+d+i en la Bahía, si se avanza en la construcción de la igualdad... es que algo falla.
De esta manera, me parece, se crean unas dinámicas de contagio, que impiden crecer la hierba. Porque, reciclo una última cita, «desterrar la pena, hija natural de la impotencia», dice Eugenio Noel, «es una hermosa labor». «Porque todo lo conseguirá la amargura menos crear algo vivo».
Aunque, al mismo tiempo, hay que seguir siendo realistas y pedir lo imposible.
lgonzalez@lavozdigital.es