Opinion

¡No a la hambruna!

Inmerso en los sentimientos y en el dolor motivado por la gran tragedia en la que se encuentran millones de persona como consecuencia de la mayor hambruna que se recuerda en todos los países del cuerno de África, desde mi manifiesta importancia, denuncio esta situación que mantiene al filo de la muerte a tantos seres inocentes víctimas de la indiferencia y de la maldad humana de todos los que nos consideramos seres racionales.

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Lamentablemente es fácil constatar como el alto concepto de la solidaridad se está quedando relegado a su mínima expresión, ya casi nadie quiere saber lo que significa la fraternización, de ahí que hasta algunos tiranos se atrevan a declararse solidarios. Se necesita ser muy cínico para hablar de solidaridad desde el poder omnímodo y la opulencia. Verdad es, que hoy se disimula hablando de democracia como sinónimo de libertad y justicia social, pero qué poco valdría estas dos concepciones si semejantes sinonimias fuesen ciertas. Este modo de interpretar la justicia social explica gran parte del conformismo que se manifiesta como promotor de una mayor indiferencia en nombre del interés común, cuando observamos cómo en nuestras necesidades cotidianas más perentorias, dicho interés corresponde únicamente a minorías obsesionadas por la ambición de querer acaparar lo que moralmente a todos nos pertenece.

Este fariseísmo social basado en la doble moral y practicado sin ningún pudor, trastorna la realidad de tal modo que parece ser que los trabajadores hemos llegado a confabularnos con un sistema de defensa de cuanto se opone a nuestra propia emancipación. Los trabajadores es obvio que conformamos la doliente humanidad, donde sistemáticamente siempre hemos sido engañados y conducidos a la obediencia total o a la inanición. Lo que demuestra que no somos culpables sino víctimas ignorantes.

Es inconcebible que cuando el avance científico/técnico ha alcanzado cotas de progreso inimaginable, en los albores del siglo XXI, diariamente mueran miles de seres inocentes y 1.200 millones de personas sobreviven con menos de un euro al día, en esta Europa sin alma donde todo se mueve en benefició de los grandes mercaderes, se quemen millones de toneladas de alimentos por rebasar los excedentes permitidos. Lamentablemente, observamos como los estados se gastan billetes de euros en inversiones parasitarias e improductivas y en pomposos y fastuosos acontecimientos, sin tener en cuenta la enorme precariedad en carencias sociales imprescindibles en el que se encuentra el mundo desarrollado.

Ellos y su sistema son los que nos quitan la libertad y acentúan la injusticia social, son los que destruyen el planeta ellos con su sistema de engranaje podrido e inhumano son los que nos están asfixiando con sus sometimientos totalitarios, son los que nos imponen el cinturón socioeconómico con tanta fuerza que prácticamente es imposible respirar. Pero que tengan muy en cuenta y parafraseando a A. Genivet cuando plantea «ser tolerante y justo con los de abajo, porque cuando se muevan, caerán los de arriba». Por lo tanto no se puede concebir por más tiempo una actitud de pasividad crónica, vegetativa e inhibidora de la sociedad civil frente a estos sicarios de la opresión que están sistemáticamente violando todos los derechos humanos que los son inherentes a todas las personas con independencia al color de su piel y creencias políticas/religiosas. Hoy más que nunca es de necesidad perentoria, ya, realizar un esfuerzo titánico para deshacernos de estos cúmulos de explotación, de hambrunas y muerte por la que está atravesando la humanidad. Jamás podría creer que bajo el punto de vista de la dignidad humana puedan existir personas que acepten desde la indiferencia y la pasividad estas injusticia. La hambruna mundial se encuentra en un nivel de subsistencia de inimaginable consecuencia. ¿Seguiremos indiferentes ante estas injusticias? ¿O es que nuestra falta de sensibilidad es tan perversas que nos impiden movilizarnos y poner los medios necesarios para paliar tantos crímenes contra la indefensa humanidad?

Francisco Flores Prieto. Jerez