Al señor Montoro
He tenido la curiosidad –forzada por una santa y pertinaz paciencia –de ver el debate del proyecto de ley de los Presupuestos Generales del Estado para el año 2015. Hodierno, sólo he podido ver la intervención de los grupos mixtos que todos, todos, se han opuesto explicándoles al ministro los motivos de su oposición. Como es lógico, a cada cual le parece poco lo presupuestado para su comunidad y desarrollo económico-político. Ya sabemos lo de que «cada uno arrima el ascua a su propia sardina». Pero me extrañó el énfasis y fuerza con que algunos se dirigían al señor Montoro. Éste, solo y desamparado, en la cómoda poltrona que le corresponde en el hemiciclo, aguantaba impertérrito «los chaparrones» que le caían cada vez que un representante subía a la tribuna. Pero a ninguno de los disidentes le oí decir: «¡Señor Montoro, que nosotros con nuestros sueldos, dietas, primas, tarjetas y demás gastos ganamos tantos miles de euros al mes, mientras que el pueblo se va empobreciendo cada vez más, que los bancos de comida no dan abasto repartiendo alimentos a los comedores de Cáritas y otros sociales. Que hay muchas familias con todos sus miembros en paro y viven no en el umbral, sino en el cogollo de una pobreza rayando en la miseria. Ésta, cada año que pasa, se extiende más por nuestras comunidades. Que los jubilados, con motivo de los sangrantes recortes en sanidad y medicinas, se ven obligados a pagar en las farmacias el importe total de la mayoría de las medicinas que les son necesarias, y con su pensión no pueden comer, medicarse y vivir una vida digna. Señor Montoro, podíamos nosotros recortarnos el sueldo y demás prebendas y así el pueblo se empobrecería menos!». Ninguno, nadie insinuó nada de esto.